La repetición resulta interesante al niño y aburrida al adulto. El autor relaciona el placer infantil con el agrado de encontrarse en una situación ya conocida y de la que se sabe que carece de peligros.
El límite entre lo agradable y lo molesto en la repetición puede situarse alrededor de los 6 años, o sea, cuando se destruye el complejo de Edipo. El que la repetición no resulte agradable al adulto depende justamente de la represión de la sexualidad infantil, ya que ella está muy ligada con la satisfacción instintiva. También el placer previo del acto genital es una repetición de la satisfacción libidinosa pregenital.
La embriaguez, al liberar inhibiciones, tolera el retorno al placer en la repetición. Por otra parte, la repetición es capaz de crear un estado análogo al de embriaguez, como sucede con los movimientos monótonos de cabeza o las vueltas de los derviches.
El adulto se tolera también la repetición en forma de ritmo o rima, para conseguir así la complicidad del público en la acción prohibida.
A las afirmaciones anteriores del autor se pueden añadir nuevos puntos de vista referentes a la génesis y cesación del placer en la repetición. El niño repite aquello que no ha asimilado, aceptado o dominado con su yo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el caso citado por Freud en Más allá del principio del placer, del niño que juega repitiendo la situación traumática de la partida de la madre.
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